INVITACIÓN A LA MÚSICA 4: Ludwig van Beethoven
Ludwig
van Beethoven
Nació el
16 de diciembre de 1770 en Bonn, Alemania. Falleció el 26 de marzo de 1827 en
Viena.
Sinfonía
Número 6 en Fa mayor, Opus 68, Pastoral
El
Despertar de Impresiones Serenas al Llegar al Campo
Escena
junto al Arroyo
Alegre Reunión
de Campesinos
Tormenta
Himno de
los Pastores y Sentimientos de Gratitud después de la Tormenta
La
Sinfonía Pastoral fue compuesta principalmente en 1808, aunque hay bosquejos
que datan de 1806. Beethoven dirigió la obra en su estreno, realizado en Viena
el 22 de diciembre de 1808, en un programa que incluía también el estreno de la
Quinta Sinfonía. Ambas sinfonías aparecieron designadas con sus números
invertidos.
Entre
las primerísimas obras de Beethoven se encuentra un conjunto de tres sonatas para
piano, que escribió cuando tenía doce años. Cuando fueron editadas dos años más
tarde, la publicación fue anunciada en el periódico musical de Bossler. En la
misma página del periódico aparecía una noticia sobre una nueva sinfonía de un
tal Justin Heinrich Knecht.
La
sinfonía de Knecht estaba subtitulada Retrato Musical de la Naturaleza. Sus
movimientos estaban descritos de la siguiente forma:
1. “Un hermoso campo donde brilla el sol, soplan
suaves brisas, arroyos que cruzan los valles, las aves gorjean, murmura una
cascada, un pastor toca su flauta, las ovejas brincan y la pastora deja oír su
suave voz.”
2.
“Súbitamente, se oscurece el cielo, todos respiran con dificultad y sienten
temor, las nubes negras se amontonan, el viento produce un sonido ululante,
ruge el trueno en la lejanía, lentamente desciende la tormenta.”
3. “La
tormenta, con el sonido del viento y el ímpetu de la lluvia, ruge con toda su
fuerza, las copas de los árboles murmuran y el torrente desciende con un ruido
aterrador.”
4. “La
tormenta se aquieta poco a poco, las nubes se dispersan y el cielo se aclara.”
5. “La naturaleza, en un transporte de alegría,
eleva su voz al cielo y agradece a su Creador, con un canto suave y agardable.”
Como los
anuncios de las obras de Beethoven y de Knecht aparecieron juntos, es razonable
suponer que Beethoven conocía la sinfonía de Knecht, típico intento del período
clásico de producir una pintura sonora literal. Beethoven hasta bien pudo haber
estudiado la obra. Por sus cuadernos de apuntes sabemos que Beethoven había
pensado mucho y profundamente acerca de los desafíos de la música programática.
¿En qué medida debería depender el significado musical del conocimiento de los
oyentes de lo que s estaba retratando? En otras palabras, ¿la pintura sonora tenía
que ser tan literal como aparentemente creía Knecht?
Cuando
empezó a bosquejar la Pastoral, Beethoven anotó varias ideas acerca de la
música de programa: “Se debe permitir que los oyentes descubran las situaciones
por sí mismos.” “La gente no necesitará de títulos para reconocer que la
intención general es más una cuestión de sentimiento que de pintura sonora.”
“Sinfonía Pastoral: no es un cuadro, sino un juego en que se expresan las
emociones que nacen del placer del campo.” “Toda pintura en la música instrumental,
si se la lleva demasiado lejos, resulta un fracaso.” “Sinfonía característica,
o una remembranza de la vida campestre.”
“Más una
expresión de sentimiento que pintura sonora”, escribió en la página del título.
Esta sencilla declaración constituye la síntesis de todas sus reflexiones
referidas a la estética durante la composición de la Pastoral. El autor temía
que la representación excesivamente literal pudiera hacer a su música demasiada
trivial. Pero no cumplió con sus intenciones enteramente. Los cantos de pájaros
hacia el cierre del segundo movimiento, la banda pueblerina del scherzo, el
tema con canto estilo tirolés del final, los zumbidos como de gaita de los
movimientos externos y la tormenta, son tanto una pintura sonora como una
expresión de sentimiento. Beethoven no logró trascender totalmente la
tradición de la música pastoral.
¿Cómo intentó transmitir los sentimientos
característicos así como los sonidos del campo? Consideremos el primer
movimiento. Todo es sereno, como la vida del campo. La pieza se desenvuelve sin
prisa. Las armonías en su mayor parte son simples y la música permanece en cada
área armónica durante un tiempo bastante prolongado. Esto significa que hay
muchos pasajes con tonos sostenidos largos (los zumbidos de gaitas) o notas
repetidas. Además, hay gran cantidad de repetición de pequeños temas, melodías
completas y hasta secciones enteras. El ritmo tranquilo de la aparentemente
interminable repetición queda establecido poco después del principio, donde una
figura para cuerdas se oye diez veces seguidas sin otro cambio que un crescendo
y luego un diminuendo (sutilmente Beethoven agrega los fagotes sólo para la
repetición más fuerte). Aunque hay varios pasajes para la orquesta completa, no
hay mucha sensación de clímax. Aun en la recapitulación, donde en muchas de sus
otras obras Beethoven produce una gran liberación de tensión, la música sigue
moviéndose con suavidad. Un oyente actual, que no conozca el título de la
sinfonía, tal vez no logre darse cuenta de la inspiración campesina de este
movimiento (aunque un oyente de 1808 probablemente reconocería con facilidad
las convenciones de la música pastoral), pero el carácter suave es
inconfundible. Este movimiento, por lo menos, ejemplifica perfectamente la
preferencia de Beethoven por la expresión en vez de la representación sonora.
El segundo movimiento es algo más literal, donde las
ondulaciones penetrantes de las semicorcheas representan el arroyo murmurante.
Hacia el final emergen pinturas sonoras explícitas, con los cantos de los
pájaros. Beethoven designa a la parte de flauta como “ruiseñor”, al oboe como
“codorniz” y a los clarinetes como “cucú”.
Hay una pintura sonora literal de otro tipo en el
tercer movimiento. A Beethoven le gustaba oír las bandas populares que tocaban
las danzas folclóricas austríacas, aun cuando su interpretación fuera menos que
lograda. Su amigo Anton Schindler anotó en 1819: “Beethoven me preguntó si no
había notado cómo los músicos de pueblo tocaban dormidos, a veces dejaban caer
su instrumentos y se quedaban muy quietos, luego se despertaban con un
sobresalto, dando algunos vigorosos soplidos o golpes, generalmente en el tono
correcto y, después, volvían a quedarse dormidos. Había tratado de retratar a
este pobre gente en la sinfonía Pastoral.” La diversión comienza justo después
de la llamada de los cornos. Primero oímos una figura de acompañamiento
inanemente simple en los violines. Luego entra el oboe con la melodía, pero un
compás más tarde, como si el ejecutante no hubiera estado totalmente listo para
su entrada. Cuatro compases después aparentemente se despierta el (¡segundo!)
fagot, entra inesperadamente tocando tres notas, luego vuelve a caer dormido,
solo para despertarse cinco compases después. La melodía pasa al clarinete
–todavía fuera de tiempo- que de repente es acompañado por las violas y por
violoncelos, aparentemente un compás más tarde. Es como si el ejecutante de la
viola se despertara de pronto y comenzara a tocar y su entrada despertara al
violoncelista. Luego, la melodía pasa al ejecutante del corno, quien también
entra fuera de tiempo. Finalmente, se despiertan los bajos y, por último, el
primer fagot, uniéndose con notas sostenidas. El gentil humor de este
movimiento se ensombrece hacia el final, para simbolizar la acumulación de
nubes de tormenta.
La tormenta (cuarto movimiento) inicia su amenaza
ominosa mediante un cambio inesperado hacia una tonalidad distante. El scherzo
no termina, sino que la tormenta lo interrumpe con esta modulación. La
violencia de la tormenta está descrita por el rugir de los timbales, trémolos
de cuerdas y disonancias estridentes. Finalmente la tempestad se calma y el
movimiento final sigue sin ninguna pausa.
El himno del pastor del final nos hace regresar a la
atmósfera sin prisa del primer movimiento. Un clarinete y después un corno,
tocan figuras de canto tirolés sobre zumbidos de gaita en las cuerdas, antes de
oír el tema principal. La melodía, que es introducida por los violines (el
zumbido pasa a los clarinetes y a los fagotes), es en realidad una tonada suiza
de canto tirolés. Cada vez que se oye esta melodía se la repite, generalmente
dos veces. Esta repetición sugiere tanto una atmósfera apacible, como en el
primer movimiento, así como los versos sucesivos del himno cantados con la
misma música. El movimiento finaliza con un gesto pastoral típico: modulación
al estilo tirolés del corno acompañado por un zumbido de vientos.
(Del
libro Invitación a la música de Jonathan Kramer)
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