LA TINAJA (Giovanni Boccaccio, Italia 1313-1375)
No hace casi nada de tiempo que un
pobre hombre, en Nápoles, tomó por mujer a una hermosa y atrayente jovencita
llamada Peronella; y él con su oficio, que era de albañil, y ella hilando, ganando
muy escasamente, su vida gobernaban como mejor podían.
Sucedió que un joven galanteador,
viendo un día a esta Peronella y gustándole mucho, se enamoró de ella, y tanto
de una manera y de otra la solicitó que llegó a intimar con ella. Y para estar
juntos tomaron el acuerdo de que, como su marido se levantaba temprano todas
las mañanas para ir a trabajar o a buscar trabajo, que el joven estuviera en un
lugar de donde lo viese salir; y siendo el barrio donde estaba, que Avorio se
llama, muy solitario, que, salido él, este a la casa entrase; y así lo hicieron
muchas veces. Pero sucedió una mañana que, habiendo el buen hombre salido, y
Giannello Scrignario, que así se llamaba el joven, entrado en su casa y estando
con Peronella, luego de algún rato (cuando en todo el día no solía volver) a
casa se volvió, y encontrando la puerta cerrada por dentro, llamó y después de
llamar comenzó a decirse:
-Oh, Dios, alabado seas siempre, que,
aunque me hayas hecho pobre, al menos me has consolado con una buena y honesta
joven por mujer. Ve cómo enseguida cerró la puerta por dentro cuando yo me fui
para que nadie pudiese entrar aquí que la molestase.
Peronella, oyendo al marido, que
conoció en la manera de llamar, dijo:
-¡Ay!, Giannelo mío, muerta soy, que
aquí está mi marido que Dios confunda, que ha vuelto, y no sé qué quiere decir
esto, que nunca ha vuelto a esta hora; tal vez te vio cuando entraste. Pero por
amor de Dios, sea como sea, métete en esa tinaja¹ que ves ahí y yo iré a
abrirle, y veamos qué quiere decir este volver esta mañana tan pronto a casa.
Giannello prestamente entró en la
tinaja, y Peronella, yendo a la puerta, le abrió al marido y con mal gesto le
dijo:
-¿Pues qué novedad es esta que tan
pronto vuelvas a casa esta mañana? A lo que me parece, hoy no quieres dar
golpe, que te veo volver con las herramientas en la mano; y si eso haces, ¿de
qué viviremos? ¿De dónde sacaremos pan? ¿Crees que voy a sufrir que me empeñes
el refajo y las demás ropas mías, que no hago día y noche más que hilar, tanto
que tengo la carne desprendida de las uñas, para poder por lo menos tener
aceite con que encender nuestro candil? Marido, no hay vecina aquí que no se
maraville y que no se burle de mí con tantos trabajos y cuáles que soporto; y
tú te me vuelves a casa con las manos colgando cuando deberías estar en tu
trabajo.
Y dicho esto, comenzó a sollozar y a
decir de nuevo:
-¡Ay! ¡Triste de mí, desgraciada de
mí! ¡En qué mala hora nací! En qué mal punto vine aquí, que habría podido tener
un joven de posición y no quise, para venir a dar con este que no piensa en
quién se ha traído a casa. Las demás se divierten con sus amantes, y no hay una
que no tenga quién dos y quién tres, y disfrutan, y le enseñan al marido la
luna por el sol; y yo, ¡mísera de mí!, porque soy buena y no me ocupo de tales
cosas, tengo males y malaventura. No sé por qué no cojo esos amantes como hacen
las otras. Entiende bien, marido mío, que si quisiera obrar mal, bien
encontraría con quién, que los hay bien peripuestos que me aman y me requieren
y me han mandado propuestas de mucho dinero, o si quiero ropas o joyas, y nunca
me lo sufrió el corazón, porque soy hija de mi madre; ¡y tú te me vuelves a
casa cuando tenías que estar trabajando!
Dijo el marido:
-¡Bah, mujer!, no te molestes, por
Dios; debes creer que te conozco y sé quién eres, y hasta esta mañana me he
dado cuenta de ello. Es verdad que me fui a trabajar, pero se ve que no lo
sabes, como yo no lo sabía; hoy es el día de san Caleone y no se trabaja, y por
eso me he vuelto a esta hora a casa; pero no he dejado de buscar y encontrar el
modo de que hoy tengamos pan para un mes, que he vendido a este que ves aquí
conmigo la tinaja, que sabes que ya hace tiempo nos está estorbando en casa: ¡y
me da cinco liriados!
Dijo entonces Peronella:
-Y todo esto es ocasión de mi dolor:
tú que eres un hombre y vas por ahí y debías saber las cosas del mundo has
vendido una tinaja en cinco liriados que yo, pobre mujer, no habías apenas
salido de casa cuando, viendo lo que estorbaba, la he vendido en siete a un
buen hombre que, al volver tú, se metió dentro para ver si estaba bien sólida.
Cuando el marido oyó esto se puso más
que contento, y dijo al que había venido con él para ello:
-Buen hombre, vete con Dios, que ya
oyes que mi mujer la ha vendido en siete cuando tú no me dabas más que cinco.
El buen hombre dijo:
-¡Sea en buena hora!
Y se fue.
Y Peronella dijo al marido:
-¡Ven aquí, ya estás aquí, y vigila
con él nuestros asuntos!
Giannello, que estaba con las orejas
tiesas para ver si de algo tenía que temer o protegerse, oídas las
explicaciones de Peronella, prestamente salió de la tinaja; y como si nada
hubiera oído de la vuelta del marido, comenzó a decir:
-¿Dónde estáis, buena mujer?
A quien el marido, que ya venía,
dijo:
-Aquí estoy, ¿qué quieres?
Dijo Giannello:
-¿Quién eres tú? Quiero hablar con la
mujer con quien hice el trato de esta tinaja.
Dijo el buen hombre:
-Habla en confianza conmigo, que soy
su marido.
Dijo entonces Giannello:
-La tinaja me parece bien entera,
pero me parece que habéis tenido dentro heces, que está todo embadurnado con no
sé qué cosa tan seca que no puedo quitarla con las uñas, y no me la llevo si
antes no la veo limpia.
Dijo Peronella entonces:
-No, por eso no quedará el trato; mi
marido la limpiará.
Y el marido dijo:
-Sí, por cierto.
Y dejando las herramientas y
quedándose en camino, se hizo encender una luz y dar una raedera, y de
inmediato entró dentro y comenzó a raspar.
Y Peronella, como si quisiera ver lo
que hacía, puesta la cabeza en la boca de la tinaja, que no era muy alta, y
además de esto uno de los brazos con todo el hombro, comenzó a decir a su
marido:
-Raspa aquí, y aquí y también allí…
Mira que aquí ha quedado una pizquita.
Y mientras así estaba y al marido
enseñaba y corregía, Giannello, que completamente no había aquella mañana su
deseo todavía satisfecho cuando vino el marido, viendo que como quería no
podía, se ingenió en satisfacerlo como pudiese; y arrimándose a ella que tenía
toda tapada la boca de la tinaja, de aquella manera en que en los anchos campos
los desenfrenados caballos encendidos por el amor asaltan a las yeguas de
Partia, a efecto llevó el juvenil deseo; el cual casi en un mismo punto se
completó y se terminó de raspar la tinaja, y él se apartó y Peronella quitó la
cabeza de la tinaja, y el marido salió fuera. Por lo que Peronella dijo a
Giannello:
-Coge esta luz, buen hombre, y mira
si está tan limpia como quieres.
Giannello, mirando dentro, dijo que
estaba bien y que estaba contento y dándole siete liriados se la hizo llevar a
su casa.
FIN
“En casa cuentos” por Gonzalo Aciar y Guillermina
Luján. 2020
Imagen Guillermina Luján.
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