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Mostrando entradas de agosto, 2020

EL SECRETO DEL CADALSO (Villiers de l’Isle-Adam, Francia 1838-1889)

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  Las recientes ejecuciones me recuerdan esta extraordinaria historia: Aquella noche del 5 de junio de 1864, a las siete, el doctor Edmond-Désiré Couty de La Pommerais recientemente trasladado de la Conciergerie a la Roquette , estaba sentado, revestido de una camisa de fuerza, en la celda de los condenados a muerte. Taciturno, fija la mirada, apoyaba los codos en el respaldo de la silla. Sobre la mesa, una vela iluminaba la palidez de su rostro frío. A dos pasos, un guardia, de pie contra el muro, lo observaba, cruzados los brazos. Casi todos los detenidos están obligados a un trabajo cotidiano, de cuyo salario la administración deduce, en caso de fallecimiento, el precio de la mortaja, que nunca proporciona. Solo los condenados a muerte no tienen que realizar tarea alguna. El prisionero era de esos que no juegan a los naipes: en su mirada no se leía miedo ni esperanza. Treinta y cuatro años; moreno; de talla mediana; bien proporcionado en verdad; las sienes grises desde...

LA CASA DE ASTERIÓN (Jorge Luis Borges Buenos Aires 1899 – Suiza 1986)

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  Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión. Apolodoro:  Biblioteca , III,I   Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) 1  están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me in...

LA MUJER MÁS HERMOSA DE LA CIUDAD (Charles Bukowski, Alemania 1920 – Estados Unidos 1994)

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  Cass era la más joven y hermosa de cinco hermanas. Cass era la mujer más hermosa de la ciudad. Medio india, con un cuerpo flexible y extraño, un cuerpo fiero y serpentino y ojos a juego. Cass era fuego móvil y fluido. Era como un espíritu embutido en una forma incapaz de contenerlo. Su pelo era negro y largo y sedoso y se movía y se retorcía igual que su cuerpo. Cass estaba siempre muy alegre o muy deprimida. Para ella no había término medio. Algunos decían que estaba loca. Lo decían los tontos. Los tontos no podían entender a Cass. A los hombres les parecía simplemente una máquina sexual y no se preocupaban de si estaba loca o no. Y Cass bailaba y coqueteaba y besaba a los hombres pero, salvo un caso o dos, cuando llegaba la hora de hacerlo, Cass se evadía de algún modo, los eludía. Sus hermanas la acusaban de desperdiciar su belleza, de no utilizar lo bastante su inteligencia, pero Cass poseía inteligencia y espíritu; pintaba, bailaba, cantaba, hacía objetos de arcilla, y cua...

DOS CENAS (Emilia Pardo Bazán, España 1851-1921)

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Hoy es un día muy señalado y una noche en que no se debe cenar solo -dijo Rosálbez, el banquero, a su amigo el joven conde Planelles, a quien encontró «casualmente» en su misma calle, casi frente al suntuoso palacio. Usted es soltero, no tendrá quizá comprometida la cena… Si quiere hacernos el obsequio de aceptar…, a las ocho en punto… Yo apenas cenaré: me siento malucho del estómago; usted despachará mi parte… -Mil gracias, y aceptado -respondió cordialmente el conde-. Pensaba cenar con unos cuantos en el Nuevo Club. Les aviso, y en paz… Aunque casi no era necesario avisarlos: al no verme allí… -¡Perfectamente! Hasta luego -murmuró Rosálbez, saltando a su berlinita, que le aguardaba para llevarle, como todos los días, a una plazuela, y de allí, a pie, a cierta casa, hasta la cual no le convenía que llegase el coche. Era el secreto de Polichinela, como dicen nuestros vecinos los franceses; nadie ignoraba en Madrid que Rosálbez protegía a aquella rasgada moza, Lucía la Cordobesa, ...