-Busquen ustedes unas sanguijuelas, sángrenla -dijo el doctor Gimp. -Si ya no le queda sangre -se quejó la señora Wilkes-. Oh, doctor ¿qué mal aqueja a nuestra Camila? -Camila no se siente bien. -¿Sí, sí? El buen doctor frunció el ceño. -Camila está decaída. -¿Qué más, qué más? -Camila es la llama trémula de una bujía, y no me equivoco. -Ah, doctor Gimp -protestó el señor Wilkes-. Se despide diciendo lo que dijimos nosotros cuando usted llegó. -¡No, más, más! Denle estas píldoras al alba, al mediodía y a la puesta de sol. ¡Un remedio soberano! -Condenación. Camila está harta de remedios soberanos. -Vamos, vamos. Un chelín y me vuelvo escaleras abajo. -¡Baje pues, y haga subir al demonio! El señor Wilkes puso una moneda en la mano del buen doctor. El médico, jadeando, aspirando rapé, estornudando, se lanzó a las bulliciosas calles de Londres, en una húmeda mañana de la primavera de 1762. El señor y la señora Wilkes se volvieron hacia el lecho donde yacía ...